Un año después, el liderazgo firme y fuerte que prometió Biden no ha aparecido

Joe Biden compareció este miércoles ante la prensa para tratar de controlar el relato sobre su presidencia. Era en la víspera de que se cumpliera un año de su investidura en la escalinata del Capitolio, con el estremecimiento todavía en el aire por el asalto unos pocos días por parte de una turba ‘trumpista’, cuando Biden se comprometió a enderezar el rumbo del país. Pese a algunos logros importantes, eso no se ha cumplido y Biden se plantaba en el aniversario con su presidencia descuadernada. Y con él hundido en las encuestas: ahora mismo, tiene una aprobación de solo el 40,9%, según la media de ‘RealClearPolitics’, el punto más bajo desde que entró en la Casa Blanca.

Hace un año,

Biden heredaba un país descosido por la polarización que agitó Donald Trump y en medio de una crisis institucional -evidenciada por el incidente trágico del Capitolio- que se sumaba a la sanitaria y a la económica de la pandemia de Covid-19. Frente a la gestión intempestiva de su antecesor, Biden prometió en campaña un «liderazgo fuerte, firme y estable». Habló de reunificar al país y de atravesar la pandemia. Al mismo tiempo, abrazó reformas socioeconómicas estructurales agresivas -para algunos, radicales- propuestas por la corriente izquierdista del partido demócrata.

«No prometí demasiado», dijo este miércoles en su comparecencia con los medios. «Y si miras lo que hemos conseguido hacer, hay que reconocer que el progreso ha sido enorme».

Es una visión de color de rosa sobre su presidencia. Es indiscutible que ha habido logros. Por ejemplo, la aprobación de el tercer paquete de rescate para el Covid poco después de tomar posesión o el plan de infraestructuras de este otoño. Y el despliegue de una campaña de vacunación -con compras millonarias de dosis de las vacunas más exitosas- que puso a disposicion de todos los estadounidenses un remedio rápido para el Covid. Biden celebró que el 4 de julio, el día nacional de EE.UU., las familias y amigos podrían reunirse con sus allegados casi con normalidad. Al mismo tiempo, el empleo, desplomado por el impacto de las restricciones por covid se recuperaba con fuerza. Después de la dura ola de casos del invierno de 2021, se recupera la actividad, regresaban el ocio y los festivales, se llenaban los estadios.

A comienzos del verano, sin embargo, comenzó el descalabro. La desbandada caótica y trágica de EE.UU. en Afganistán fue la antítesis de la firmeza y la estabilidad prometidas. Fue un bochorno histórico, del que Biden responsabilizó a Trump y su acuerdo de salida con los talibanes, pero que mostró fallos graves en planificación y gestión en su Administración. Al mismo tiempo que el caos se apoderaba de Kabul, una nueva variante de Covid, Delta, asolaba EE.UU. y deshacía buena parte de los progresos conseguidos. Buena parte de ello tenía que ver con la incapacidad -no atribuible por completo a Biden- del presidente para convencer al porcentaje alto de no vacunados del país. Para septiembre, quienes suspendían a Biden en las encuestas ya eran más que quienes le daban el aprobado.

En otoño, los problemas se acumularon. Los desajustes en la cadena de suministro impactaban con fuerza en la economía de EE.UU. Es un problema gestado durante años y que colisionó en medio de los intentos de la primera potencia mundial por recuperar su vigor económico. Mientras tanto, en Washington, los programas reformistas de Biden encallaban en el Congreso. El presidente logró el hito de aprobar un gasto en infraestructuras muy ambicioso, de más de un trillón de dólares, algo muy necesario para el país y que se resistió a Trump y a su antecesor, Barack Obama. Pero la pieza central de su agenda legislativa, el faraónico plan de gasto socioeconómico, que abriría a EE.UU. a programas habituales en los países industriales como la baja de maternidad o la baja médica, fracasaba.

Biden, que se considera un experto en entablar alianzas con la bancada contraria, ha tenido que vérselas con un obstruccionismo republicano del que se lamentaba con amargor esta semana. Pero sonaba también a excusa, porque buena parte de su agenda legislativa no ha salido adelante a pesar de tener mayorías -exiguas, eso sí- en el Congreso. Los moderados díscolos de la bancada demócrata se lo han impedido (la misma noche en la que Biden daba su rueda de prensa, volvía a ocurrir, con los senadores Joe Manchin y Krysten Sinema en contra de los esfuerzos demócratas por acabar con el ‘filibuster’ o exigencia de mayoría reforzada para aprobar una ley que garantice el acceso al voto). Biden se propuso unir al país y no lo ha conseguido ni con su partido.

Para rematar el año, la inflación se ha disparado a sus niveles más altos para las últimas cuatro décadas. Y Biden, también en esta última rueda de prensa, ofreció mensajes confusos sobre la respuesta estadounidense ante una posible invasión rusa de Ucrania (dijo que la respuesta dependería de la agresión y deslizó que no sería igual si se trata de una «incursión pequeña»; después tuvo que corregirle la Casa Blanca), en medio de una tensión propia de una nueva Guerra Fría.

A Biden le quedan tres años por delante y su presidencia debe retomar el vuelo de inmediato, con las elecciones legislativas de este año a la vuelta de la esquina y la posibilidad cierta de que los demócratas pierdan sus mayorías en el Congreso. Tiene margen para hacerlo. Es probable que el plan de gasto socioeconómico se divida en varias partes, más digeribles para los demócratas moderados, y logre apuntarse tantos legislativos. La pandemia da señales de acercarse a su fin o de, al menos, rebajar su impacto sanitario y económico.

Biden podría haber utilizado su comparecencia -casi dos horas con los periodistas- y el aniversario de su investidura para mostrar un cambio de rumbo. No lo hizo. Se centró en defender sus logros y minimizar o sacudirse culpas sobre sus fracasos. Si nada cambia, los tres años que le quedan en la Casa Blanca se le pueden hacer muy largos.

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Fuente: ABC